Me da igual que no levantéis la pierna hasta arriba o que sólo deis una vuelta. Si le ponéis ganas, luciréis en el escenario». Rosana Expósito lleva diez años como profesora de baile y la motivación es su arma para que los alumnos se superen cada día. «Empecé a bailar con cinco años porque era la actividad extraescolar que mejor le venía a mi madre para poder recogerme en el colegio. Cada año me gustaba más, y comencé a explorar nuevos estilos. Yo no nací con condiciones para bailar, me costaban la flexibilidad y la técnica, pero con perseverancia y actitud pude llegar hasta donde estoy», explica.

Además de dar clases, Rosana Expósito forma parte del conjunto de 43 bailarines que el pasado fin de semana conquistaron el cuarto puesto en los mundiales de show dance celebrados en Alemania. Lo hicieron, como siempre, sin ningún tipo de ayuda. Son «la roja» del baile pero se tienen que pagar hasta el chandal de España (60 euros), además del viaje y la inscripción en el campeonato, 40 euros por persona en el mundial. Es el precio de la fama.

Esta modalidad de baile, que ha triunfado en todo el mundo, es el resultado de fusionar jazz, hip hop, danza contemporánea, acrobacias y gimnasia rítmica. Todos los miembros del equipo son alumnos de la escuela de baile Lía, de Oviedo, una de las canteras de danza moderna más importante de Asturias. Sus tres salas de baile están llenas. Hay un continuo ir y venir de alumnos con mallas, zapatillas y bolsas. Ubicada en pleno barrio de Pumarín, es como un trozo de la escuela neoyorquina que retrató la película «Fama». Aquí se enseña danza moderna, break dance, flamenco, ballet, bailes de salón, danza del vientre, hip hop y funky, aunque la especialidad es el jazz.

«Siempre quise tener mi propia academia. Daba clases en el colegio Lorenzo Novo Mier y hace trece años decidí hacer realidad mi sueño», explica Lía González, directora, fundadora y alma de la academia. Se puso las zapatillas con cinco años y, desde entonces, toda su vida ha girado en torno al baile. Ella se encarga de las coreografías, los decorados, el vestuario y la música que llevan a los campeonatos y a los festivales. «La ilusión y el esfuerzo son lo más importante, luego están las metas que te marques», señala.

A juicio de Lía González, la clave del éxito reside en el trabajo y los buenos resultados. «Empecé a dar clases en otro local con una niña pequeña y dos grupos de seis chicas que eran exalumnas mías, más mayores, y que se vinieron conmigo a la academia», evoca. Hace un año se trasladó a otro local más espacioso en Pumarín. En una de las aulas, una profesora corrige los ejercicios a dos niñas que están practicando ballet. «El jazz tiene saltos, giros y usa la técnica del ballet. No es necesario dominarlo, pero sí es importante tener algunos conocimientos», puntualiza la directora de la escuela.

Los alumnos mayores que ya están dando clases son los encargados de formar a los nuevos talentos en una disciplina tan sacrificada y espectacular como poco reconocida. «Antes en la danza moderna se usaba sólo el funky o el hip hop, pero no el jazz, que es la técnica que hacemos nosotros», explica Lía González. «En Asturias hay buena cantera de ballet, de jazz hay menos, pero está extendiéndose mucho», matiza Rosana Expósito.

La escuela de danza Lía es bicampeona de España y ha logrado el cuarto puesto en el Mundial celebrado en Alemania el fin de semana pasado. Detrás de estos éxitos se esconden muchas horas de esfuerzo y sacrificio. «Tuvimos que pedir horas en el trabajo para poder ir a la competición; una compañera que es enfermera se fue a hacer una guardia en cuanto aterrizamos el domingo», cuenta una alumna. El recibimiento en el aeropuerto de Asturias «ha sido una de nuestras mejores recompensas». En la competición alemana interpretaron una coreografía titulada «Welcome to fabulous Las Vegas». No faltaron Elvis y Marilyn, unos novios o los crupiers del casino.

Es la segunda vez que alcanzan el cuarto puesto en el Mundial y el sueño es ahora la Copa del Mundo. «Estamos impresionados por haber llegado hasta aquí. Competíamos con 23 países y era muy difícil. Alemania tiene muy merecido el primer premio», reconoce Lía González. «Allí la disciplina es más gimnástica, funcionan como los clubs de rítmica, son profesionales y practican muchas horas diarias. Los chavales que vienen aquí sólo practican dos horas a la semana y en nuestro equipo hay niñas que acaban de cumplir once años», agrega.

En efecto, Laura Gálvez, la benjamina del grupo, sólo tiene once años, pero ya es capaz de arrancar el aplauso de toda la clase cuando desafía la gravedad con uno de sus saltos acrobáticos. «Son los ejercicios de calentamiento», puntualiza la profesora. Las paredes del aula de baile son su única frontera. «El baile me aporta felicidad», asegura Laura. Al igual que otras de sus compañeras, se enamoró de la danza detrás del cristal de la academia, cuando vio practicar a su hermana. De eso han pasado seis años. Ahora las dos comparten las mismas aulas.

«Empecé bailando en esta academia y me gustaría seguir; si tuviera que dejarlo sería muy duro», subraya Laura Gálvez. Esta joven promesa hace baile moderno, contemporáneo y ballet. «Cuando empiezas a bailar, el ballet es lo más importante, aunque al principio no te aporta tanto como otros estilos», detalla. Estudia sexto de primaria en el colegio La Milagrosa de Oviedo y baila dos horas al día como máximo. «No es difícil estudiar y bailar. A mí no me cuesta, y en casa me dan mucho ánimo para seguir», señala. «Mucha gente piensa que bailar es hacer cuatro pasos, pero también es un subidón. Aquí el baile no es un esfuerzo, es una diversión. Somos más una familia que otra cosa», argumenta la joven bailarina, quien ve ligado su futuro a las mallas y las zapatillas de baile, porque ya tiene claro que le gustaría llegar a dedicarse profesionalmente a la danza o dar clases y montar una academia.

Rosana Expósito llegó al mundo del baile casi de la mano de Lía González. «Nos conocimos en una escuela de baile de Avilés, como alumnas, y ahora las dos somos profesoras», afirma Rosana. A sus clases, en la escuela de danza Lía, acuden 60 alumnos con edades que oscilan entre los 5 y los 19 años. «Yo no nací con la devoción por el baile; la devoción me fue naciendo con los años. En el baile nunca acabas de explorar. Hay miles de estilos y, cuando crees que los sabes todos, sale algo diferente». A pesar de estar en constante fase de aprendizaje, Rosana Expósito se declara amante del jazz. «Me gustan los giros y las acrobacias», enfatiza. Para ella, el baile no es sólo un trabajo: cada día transmite su entusiasmo a los alumnos. «Es mi vida. Hay veces que vienes aquí preocupado y te evades de los problemas», destaca.

Roberto Álvarez Villar tiene 19 años y comenzó a bailar hace siete. Hoy, su dominio de la técnica despierta la admiración del resto de los alumnos. «Empecé a bailar en el colegio y llevo tres años en esta academia. Los deportistas de élite empiezan mucho más pequeños, yo me puse las zapatillas para probar y fue lo mejor que hice. Nunca es tarde», asegura el joven.

En la escuela de danza Lía comparte las aulas con otro chico, que también formó parte del grupo que compitió en Alemania. Son los únicos representantes masculinos en un mundo mayoritariamente femenino. «Antes había cuatro, ahora sólo somos dos. Muchos siguen viendo el baile como un deporte o un arte para chicas», asevera Roberto Álvarez. Desde que dio sus primeros pasos en el colegio de Ventanielles, el baile fue ganando terreno en su vida. «Hago ballet tres horas semanales, y una hora de contemporáneo. También he empezado a hacer gimnasia rítmica dos días a la semana. En mi casa me animan y van a verme en los campeonatos, pero también me dicen que me organice. Compatibilizar todo es complicado, hay días que llego a casa muy cansado», explica.

El bailarín ovetense compagina su pasión con los estudios de Comercio y Marketing en la Universidad Laboral de Gijón. «En este país es muy difícil llegar a algo con la danza, pero me gustaría montar una academia. Estoy estudiando para tener una segunda opción», explica. Su modelo son las bailarinas rusas de gimnasia rítmica, uno de sus estilos favoritos. «La rítmica es muy diferente, tienes que coordinarte y es más estricta», puntualiza.

Para Roberto la danza es una manera de expresarse libremente: «Mis amigos me apoyan mucho y se quedan flipando muchas veces con las cosas que hago. En el baile hay mucha presión, no sólo cuenta el esfuerzo diario. Si tienes un mal día, no sirve de nada el trabajo que hayas hecho». Las aptitudes para la danza de Roberto Álvarez Villar le han llevado a estar entre los diez mejores del mundo en el campeonato de Alemania: «Es una satisfacción después de estar un año entero trabajando y quitando horas a los estudios».

 

Noticia de La Nueva España